ALIMENTACIÓN Y PROMOCIÓN DE LA SALUD: OBESIDAD INFANTIL

Los últimos datos de la Global Burden of Diseases, referidos por la Organización Mundial de la Salud (OMS) y correspondientes a 2016, muestran que el exceso ponderal, es decir la suma del sobrepeso y la obesidad alcanza, en sujetos entre 12 y 19 años, una cifra del 14,2% a nivel mundial, si bien la variación por países es enorme. Por otra parte, una revisión y metaanálisis publicada en 2019 en la revista Jama Pediatrics, muestra que, entre los 2 y 13 años de edad, la obesidad presenta una gran variabilidad en Europa. España, con una prevalencia de exceso ponderal del 35,2% ocupa la quinta posición europea, detrás de Grecia (36,8%), Italia (35,2%), Malta (34,5%) y Chipre (34,3%). En el extremo opuesto, con las tasas más bajas de

sobrepeso se sitúan Polonia (12,3%), Estonia (14,4%), Finlandia (14,7%) y Suiza (17,4%). Analizando la tendencia desde 1999 hasta el año 2016, parece que el exceso de peso infantil y adolescente disminuye o al menos se estabiliza dependiendo del grupo de edad concreto.

Estudios muy recientes en la Comunidad de Madrid, ponen de relieve que las cifras de sobrecarga ponderal son en 2019 del 27,23% entre los 7 y los 16 años, si la condición nutricional se evalúa a partir del índice de masa corporal (IMC). Sin embargo, atendiendo a otros indicadores como el índice cintura-talla, se advierte que la obesidad abdominal llega al 35,17%, cuestión importante ya que el exceso de grasa central es el más relacionado con la aparición de los componentes del síndrome metabólico. Las causas que han propiciado la situación actual son variadas. El excesivo consumo de

alimentos procesados de alto valor energético, ricos en grasa y azúcar, así como el sedentarismo ligado a los procesos de urbanización y el cambio en los modelos de transporte son sin duda responsables. No obstante, cabe preguntarse si los rápidos cambios socioculturales no han permitido una adecuada “readaptación” en aquellas poblaciones con mayor predisposición genética a la obesidad. El papel de la dieta

durante la infancia y adolescencia es también fundamental, no solo en relación con la obesidad total y visceral, sino en el desarrollo de hipertensión infantil u otras alteraciones metabólicas en edad temprana. Otros aspectos como la calidad del descanso o los hábitos de actividad física presentan gran importancia.

En el último reporte del Global Matrix 2.0, España sale valorada con una “C” de acuerdo a todos los indicadores que señalan en promedio los niveles de actividad física. De hecho, según las mismas fuentes, sólo el 81% de los escolares cumplen la recomendación de la OMS, estipulada en 60 minutos de ejercicio diarios. Además, la proporción de escolares que mantienen una buena adhesión a la dieta mediterránea

es relativamente escaso de modo que ambos factores condicionan el fenotipo obeso más allá del posible perfil de riesgo genético. Para ilustrar este fenómeno se presentan en esta ponencia algunos resultados de un proyecto realizado por el Grupo de Investigación EPINUT de la Universidad Complutense en el que se analiza el papel protector que la actividad física tiene sobre el desarrollo de la obesidad en escolares

que genéticamente están predispuestos a ella. El perfil de genético, establecido a partir de diversos polimorfismos de un solo nucleótido o SNPs (Single Nucleotide Polymorphisms) marca variaciones antropométricas entre sujetos, de modo que la posesión de mayor cantidad de alelos de riesgo se asocia a un mayor IMC, adiposidad total, y visceral. Algunos SNP por sí solos, como el rs9939609 del gen FTO ya marca diferencias significativas para el porcentaje de grasa corporal entre los homocigotos y heterocigotos del alelo de riesgo y los sujetos que no presentan dicha variante alélica. Sin embargo, una dieta de calidad y los comportamientos activos modulan la expresión de la sobrecarga ponderal y el exceso de grasa ejerciendo un claro efecto protector. A modo de ejemplo, entre los niños con perfil genético de predisposición a la obesidad el IMC de los considerados “activos” fue de 18,44± 2,62 K/m2, frente al 21,46 ± 3,70 de los no activos. El porcentaje de grasa también varió entre el 26,14 ± 7,19 de los primeros y el 28,25 ± 6,69 de los segundos y una actividad física inferior a las recomendaciones de la OMS (< 60 minutos de ejercicio/día), incrementa la probabilidad de sobrepeso u obesidad de cinco veces (OR=5,48).  En resumen, puede afirmarse que la alimentación y los hábitos de vida, juegan un papel preponderante en la prevención de la obesidad, incluso cuando los sujetos manifiestan una adversa condición hereditaria que les predispone a la sobrecarga ponderal.