La carne de cerdo de capa blanca y los derivados cárnicos son alimentos adecuados a incluir en la dieta por su elevada calidad nutricional, por su sabor muy aceptado, por su fácil digestibilidad, y por la gran variedad de formas de preparación que permiten adaptarla a todos los gustos y edades.

Posee unas cualidades nutritivas que están entre las carnes rojas como buey, ternera y cordero y las blancas de aves, encontrando gran variedad, que se adapta a diferentes patrones alimentarios, dietas más específicas y gustos.

Entre sus propiedades nutricionales, cabe destacar su importante aporte de proteínas de alto valor biológico. También aporta minerales de interés como hierro de tipo hemo, potasio, fósforo, zinc y vitaminas del grupo B (B1, B3, B6 y B12), nutrientes implicados en diversas funciones imprescindibles del organismo como el mantenimiento del sistema sanguíneo, los huesos, el desarrollo cognitivo, el funcionamiento del corazón o del sistema inmunitario, siendo aportes necesarios en etapas de crecimiento y desarrollo, lo que lo hace un ingrediente especialmente atractivo en esta  época de la vida por su buena aceptación entre niños y adolescentes. 

En cuanto al contenido en grasa, solo una tercera parte de la grasa es saturada siendo el resto principalmente grasa monoinsaturada, lo que lo convierte en un elemento interesante en contexto lipídico dentro de un patrón alimentario como el nuestro (42,9 % grasa monoinsaturada y 15,9 % grasa poliinsaturada, 34 % saturadas). Si lo comparamos con el perfil lipídico equilibrado dentro del perfil calórico recomendado en una alimentación saludable, observamos que la carne de cerdo de capa blanca se ajusta a este perfil lipídico recomendado. Además, muchos de los cortes del cerdo poseen grasa superficial fácilmente eliminable, a la vez que permiten métodos de cocinado saludables (plancha horno, asados, etc.), reduciendo así la ingesta de grasa en la dieta.