En los últimos meses estamos asistiendo, cada vez con más fuerza, a una campaña de desprestigio contra la carne y el sector ganadero cárnico, que sufren los ataques indiscriminados de ciertos grupos interesados en acabar un sector único en el mundo por méritos propios. Llevamos años soportando los ataques pero se recrudecen casi en la misma medida que el sector porcino hace cada vez mejor las cosas, ni mucho menos motivados por esas voces, sino porque nuestro compromiso con los consumidores va mucho más allá del de esos intereses que atentan contra la profesionalidad de un sector que es ejemplo a nivel mundial pero del que existe un desconocimiento, tanto en la sociedad en general y, lamentablemente, a ciertos niveles políticos en particular, sobre lo que aporta la carne a una alimentación equilibrada, así como sobre la realidad de los sectores ganaderos y los avances realizados desde hace años en aspectos como la sostenibilidad, el bienestar animal o la seguridad alimentaria.

Siguen sobre la mesa prejuicios en torno al sector y conceptos erróneos, que son los que se aprovechan, como el ya recurrente uso del término macrogranja, cuando tenemos que decirlo bien claro: en España desde el año 2000 no existen lo que se denomina macrogranjas, ya que la normativa española limita el tamaño de las granjas a un máximo de 720 unidades de Ganado Mayor. De hecho, somos el único país del mundo en el que no se pueden construir granjas de gran tamaño.

El sector ha hecho un esfuerzo para dimensionar sus granjas a un tamaño medio. Son granjas tecnificadas muy eficientes desde el punto de vista medioambiental porque aprovechan mejor los recursos disponibles y garantizan el bienestar animal. Pero eso no interesa contarlo.

Lo que interesa es colocar a la ganadería como la actividad más contaminante, la que más gases de efecto invernadero emite o la que acaba con la calidad de las aguas o suelos por el vertido incontrolado de purines. La realidad dista mucho de esas afirmaciones.

El sector primario es el cuarto -de seis sectores- en la emisión de gases de efecto invernadero, por detrás del transporte, la industria y la electricidad, y el peso del sector porcino sobre el conjunto de las emisiones nacionales de GEI es solo del 2%, mucho más bajo de lo que se quiere hacer creer a la opinión pública.

En muchas de las zonas donde hay contaminación no hay prácticamente cabaña ganadera, por lo que esa relación entre ganadería y contaminación de suelos o de aguas es una afirmación completamente falsa, una media verdad sobre la que se construyen muchas de las críticas que se están vertiendo y complicando incluso la convivencia en algunos pueblos.

Los purines se mantienen en balsas herméticamente cerradas para evitar que se filtren. Posteriormente se convierten en abono orgánico de muy buena calidad para la tierra o se tratan para su transformación en energía eléctrica en diferentes tipos de plantas: plantas de compostaje; plantas de biogás; y plantas de cogeneración.

Insistir con grandes mentiras, con argumentos radicales e inasumibles, manipulando datos o con afirmaciones exentas de rigor científico en que el porcino es el origen de todo mal es querer poner en duda el trabajo que llevan a cabo, 365 días al año, los 400.000 profesionales del sector. Querer ponerlo en duda, solo eso, porque los datos lo demuestran y el trabajo bien hecho siempre da sus frutos: el sector porcino de capa blanca español es un referente internacional en el cuidado del medio ambiente y el bienestar animal y contra eso no existe un solo argumento veraz.